miércoles, 20 de mayo de 2015

Adiós a un juglar flamenco





EN la madrugada de este martes 19 de Mayo de 2015, murió Manuel Molina, guitarrista, cantaor, compositor, letrista y juglar flamenco. El artista, nacido en Ceuta en 1948 pero afincado desde su niñez en Sevilla, en su querido barrio de Triana, padecía un cáncer que le fue diagnosticado hace pocos meses, y ante el cual decidió no recibir ningún tipo de tratamiento. Fruto de su encuentro con Lole Montoya, el poeta Juan Manuel Flores y el productor Ricardo Pachón nació la penúltima gran revolución del flamenco. En el anquilosado universo jondo de los 70, la publicación del primer disco de Lole y Manuel removió los cimientos. Esta obra inaugural y los discos que siguieron renovaron su lírica y su estética, dándole un impulso de frescor y naturalidad. En la voz de Lole, en la música de Manuel, en la lírica de Flores no cabe la tragedia y el drama tiene sus pasos bien contados. Nuevo día, la primera entrega discográfica del dúo más mítico del flamenco, fue quizá el primer best-seller jondo. Un cuento para mi niño o Todo es de color, además del tema que dio nombre al disco, forman parte de la memoria sentimental de muchos españoles. Los productores de la exitosa serie de televisión Cuéntame incluyeron en su banda sonora Romero verde, del tercer disco de Lole y Manuel. No fueron exactamente los primeros en utilizar la guitarra, la batería, el bajo y los teclados en el flamenco, pues Sabicas lo hizo ya en su Rock Encounter con Joe Beck en 1970. Pero sí fueron los que lo hicieron con más naturalidad y elegancia. Lole y Manuel, sin dejar de ser profundamente flamencos, en sus voces, en su instrumentación, en sus letras, fueron también parte de ese movimiento espiritual que se llamó rock andaluz y, yendo un poco más lejos, del movimiento hippie de la época, de las nuevas tendencias -musicales y sociológicas- que a mediados de los 70 sacudían España. Por ello conectaron tan bien con esa generación ansiosa de mensajes de paz, amor y libertad, y a la que el legado más trágico de lo jondo le resultaba de difícil digestión. Una generación espiritual, bohemia y libertaria. 

La música y la poesía de Lole y Manuel, amén de naturista, ecologista, pacifista y animista, era profundamente política. De hecho, no hay naturismo, ecologismo, pacifismo y animismo que no sean políticos, en el sentido más amplio y original del término. Nuevo día es una bulería y una declaración de principios: en 1975 significaba, nada menos, que el pueblo español no se conformaría con una brizna menos de la libertad que se había ganado a pulso. El futuro, efectivamente, era de color. No obstante, el comienzo de la carrera musical de Manuel Molina Jiménez se produjo unos años antes. Se inició como tocaor de acompañamiento para las voces de la Niña de los Peines, Pepe Pinto, Fosforito, Antonio Mairena o El Chocolate. Eso quiere decir que conocía en profundidad el flamenco clásico. Paralelamente, formó el trío flamenco Los Algecireños junto a Chiquetete y Manolo Domínguez, aunque en 1961 la formación pasaría a llamarse Los Gitanillos del Tardón, por el barrio sevillano donde residían. Esta experiencia fue evocada en el espectáculo El mantoncillo, estrenado el año pasado en el Teatro Lope de Vega, donde Molina y El Chiquetete volvieron a coincidir en el escenario para interpretar algunos de aquellos viejos éxitos. En 1971 se incorporó a la segunda formación del grupo Smash. Suyas son la voz y la guitarra flamenca de El garrotín, el hit de la mítica banda sevillana. Ese mismo año se estrenó como solista con el single Primavera/La mora. También colaboró con Triana, otro grupo de la ciudad de legendario recuerdo. De su encuentro en 1972 con la entonces bailaora Lole Montoya resultó el matrimonio de la pareja, el cambio del baile por el cante por parte de ella y el fulgurante debut artístico del dúo. Con Flores y Pachón firman Nuevo día (1975), Pasaje del agua (1976) y Lole y Manuel (1977). Para Al alba con alegría (1980), producido por el propio Manuel Molina, cuentan con Pedro Ribera como letrista. En Casta (1984) la producción la volvió a firmar él, así como las músicas y la autoría de las letras, compartida ésta con Juan Ramón Jiménez, Lorca, Ribera y Flores. En su plenitud creativa y en el momento de mayor éxito, la pareja se separa artística y sentimentalmente aunque se vuelven a unir para algunos conciertos y para otros tres discos: Cantan a Falla (1992), Alba Molina (1994) y Una voz y una guitarra (1995), grabado en directo en el Teatro Monumental de Madrid. Manuel Molina retomó su carrera en solitario, como tocaor, compositor y cantaor, interviniendo, entre otros, en el espectáculo Triana pura y pura (1982), en el Lope de Vega, o en la mítica serie de televisión El Ángel (1984), dirigida por Ricardo Pachón. En los discos que hizo con Lole siempre incluía, además de sus músicas, sus letras y su guitarra, un corte con su voz. En 1999 volvió por última vez al estudio de grabación para un disco propio, Calle del Beso, una obra que no incluye palmas y en la que los temas se suceden sin solución de continuidad. Aunque no grabó más que este disco en solitario, era un colaborador habitual y mentor de las nuevas generaciones, desde artistas desde hace tiempo ya consagrados como Farruquito, con el que colaboró en Alma vieja (2003), hasta jóvenes intérpretes como José Acedo, en cuyo flamante Andando (2015) escribe, canta y recita. También colaboró por extenso con su hija, la cantante Alba Molina, y con su ex pareja artística, Lole, que contaría con el toque y las composiciones de Manuel Molina en su disco Ni el oro ni la plata (2004). Molina era un entusiasta de la palabra, de la letra escrita y cantada, pero también de la comunicación oral. Así, se hizo un habitual de los documentales de temática jonda y su testimonio aparece en obras como Tiempo de leyenda (2009), el mencionado Triana pura y pura (2013) o el último capítulo de Ochéntame otra vez, dedicado al flamenco de la Transición, emitido el pasado 14 de mayo por TVE. Molina era un maestro de la bulería lenta. Su toque era moroso, pastueño, generoso de silencios. Su mejor toque fue el que ofreció para el cante de Lole. En el recuerdo de este icono del flamenco de los años 70, su imagen última de juglar flamenco que ahora se nos va, tendrá que competir con la de las noches trianeras en las que destilaba esas vibrantes tercerillas jondas con un hilo de voz y acompañándose a sí mismo. Hasta que abría los brazos al cielo y entonces su guitarra era un testigo mudo más de la fuerza tremenda de su poesía. Era un maestro de la emoción, y lo sabía. La última vez que lo pudimos disfrutar de esta manera fue en De la Mina a la Cava de los gitanos en la pasada Bienal de Flamenco, en el Hotel Triana.

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